A otra eme-ge-ese-ce
I
No evoco al castillo que, cual nato emblema, debió cubrirme, no. Ni a ese que jamás me perteneció y menos fue mío. Ni éste, del cual no poseo llave y cuyo gendarme, al acecho, devora los barrotes reconstruyéndolos cada noche, brindando, con vino mezclado de estaño, en la copa de mis entrañas.
Es aquel al que busco.
Ese que de otra es: pequeña gran colonizadora de almas, cazadora del fuego. La gran jugadora de jugos, venida del ese lugar remoto del que vienen todas, ella.
Ese castillo quiero.
No para desprender de sus paredes, de piedra yuxtapuesta, aquel avernesco aroma
de aquellos días,
primeros días,
eternos días…
Días al fin
en que le habité y me habitó,
le habitaste y te habitó,
me habitaste y te habité…
¿En verdad, pasó? ¿Así ocurrió? Mi memoria, presa de quien te apresa, asiste, taciturna, al matiz del desvelo en la noctámbula matriz del descuido.
II
Anestesiado permanece
el recuerdo ahora …
III
Sí, aún le quiero.
Quiero de sus raíces extraer la savia, robada un día; de sus cimientos robar el equilibrio extraído un día…
El vago disfraz emergente que utilizas en tus días de perra loba, de cordero perro, de valiente soldado, de fiel escudera escrupulosa y retraída en las elocuentes batallas minimales,
sólo hijas de aquel
humo del que eres hija,
se disuelve ante mis ojos
y tus huesos, desnudos,
bailan tu primigenia danza.
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